Un turista visitó un lejano campamento pesquero y fue recibido cordialmente por un pescador. Luego de pocos días de ver cómo hacía su vida, el turista preguntó al pescador por qué en vez de trabajar en el mar de las cuatro a las diez de la mañana no trabajaba hasta la tarde. Por lo común, después de la labor el pescador se ponía en una hamaca a ver el mar el resto del día. “¿Para qué?”, fue su respuesta. “Ganaría el doble o el triple de dinero de lo que gana ahora”, dijo el visitante. “¿Para qué?”, preguntó de nuevo el local. “Pues con eso en poco tiempo podría comprar otra panga.” “Sí, ¿pero para qué.” “Podría contratar a otro pescador para duplicar la producción.” “Pero, ¿para qué?, insistió el pescador. “Es que con la ganancia podría ir comprando más pangas, hasta tener una flota; haría mucho dinero.” Suspirando, el pescador volvió a preguntar: “¿Para qué?” “Para dejar de trabajar: podría construirse una casa en la costa y descansar mientras ve el mar.” “¿Pues dónde estoy y qué es lo que hago ahora?”, fue la última frase del pescador en esa plática.
El turista no se desanimó. Pensó que era noble llevar a muchos el sueño del pescador. Regresó a su tierra y convenció a varios inversionistas del proyecto para construir un resort. En poco tiempo convenció también a los gobernantes del lugar, quienes lo sorprendieron demostrándole que el pescador no era propietario del lugar donde habitaba. Hicieron una sociedad muy atractiva. Un año después, muy de mañana, el visionario turista visitó de nuevo al pescador, pero ahora acompañado de notarios, abogados, arquitectos, maquinaria pesada, la policía y una orden de desalojo. Meses antes, gracias a la ubicación dada por uno de los inversionistas, un par de flotas pesqueras había barrido sistemáticamente el mar cercano con grandes redes y largos palangres. Lo encontró en la playa sacando pequeños peces con un anzuelo atado a una tabla. Estaba delgado y con una visible cicatriz en el pie descalzo. Luego de explicarle brevemente la situación legal y el nuevo plan, el turista desarrollador le preguntó: “¿Por qué no trabaja para mí?” Todavía moviendo el cordel que se perdía bajo el agua, el pescador respondió sombrío y sin mirarlo a la cara: “¿Para qué?” Convencido de la simple mentalidad de los locales, el turista fue directo a la conclusión del asunto: “Para que tus hijos no se mueran de hambre."
El turista no se desanimó. Pensó que era noble llevar a muchos el sueño del pescador. Regresó a su tierra y convenció a varios inversionistas del proyecto para construir un resort. En poco tiempo convenció también a los gobernantes del lugar, quienes lo sorprendieron demostrándole que el pescador no era propietario del lugar donde habitaba. Hicieron una sociedad muy atractiva. Un año después, muy de mañana, el visionario turista visitó de nuevo al pescador, pero ahora acompañado de notarios, abogados, arquitectos, maquinaria pesada, la policía y una orden de desalojo. Meses antes, gracias a la ubicación dada por uno de los inversionistas, un par de flotas pesqueras había barrido sistemáticamente el mar cercano con grandes redes y largos palangres. Lo encontró en la playa sacando pequeños peces con un anzuelo atado a una tabla. Estaba delgado y con una visible cicatriz en el pie descalzo. Luego de explicarle brevemente la situación legal y el nuevo plan, el turista desarrollador le preguntó: “¿Por qué no trabaja para mí?” Todavía moviendo el cordel que se perdía bajo el agua, el pescador respondió sombrío y sin mirarlo a la cara: “¿Para qué?” Convencido de la simple mentalidad de los locales, el turista fue directo a la conclusión del asunto: “Para que tus hijos no se mueran de hambre."
Publicado en Península, la mítica California, no. 4, enero de 2010.
1 comentario:
Interesante atachment a un clásico.
Con sentida coincidencia mi he agregado en mi sitio un enlase al tuyo.
Saludos.
Rodrigo rebolledo.
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