El Instituto Sudcaliforniano de Cultura se encuentra editando el libro ‘La
casa presidencial del Caimancito’. La instrucción para realizar esta obra de
carácter histórico provino del gobernador del estado, Marcos Covarrubias, como
una idea original para celebrar la remodelación del equivalente sudcaliforniano
de la casa presidencia federal de Los Pinos.
El Caimancito, como es bien conocido, fue construido con dinero de la
federación durante la presidencia de Miguel Alemán (1946-1952), que coincidió
con el periodo de Agustín Olachea como jefe político del Territorio Sur de la Baja California (1946-1956).
Miguel Alemán, el constructor de Acapulco, se había hecho de grandes
extensiones de tierra en las cercanías de La Paz, así como Agustín Olachea en El Mogote,
previendo sin duda que llegaría un día en que la bahía sudcaliforniana alcanzaría
el destino de la bahía guerrerense.
¿Cuál es el papel que tuvo la casa presidencial del Caimancito en la
vigorosa vida cultural que tuvo la ciudad de La Paz en la década de 1950? Baste decir que en ese
lugar en 1958 se escenificó teatralmente por vez primera el desembarco de
Hernán Cortés, dando por formalmente inaugurada la celebración de las Fiestas
de Fundación de La Paz
que el gobierno del estado y el ayuntamiento de La Paz están obligados por
tradición a organizar cada 3 de mayo.
La casa presidencial fue entregada como un obsequio material y simbólico
de la federación al nuevo Estado Libre y Soberano de Baja California Sur,
nacido en 1974. La transición de una casa de descanso del presidente de la
república a residencia protocolaria del gobernador del estado sudcaliforniano
fue un homenaje federal a la soberanía y el orgullo estatales. Así como el
presidente tiene la casa presidencia de Los Pinos en Chapultepec, así el
gobernador de Baja California Sur debía tener El Caimancito.
Para lo que queremos reflexionar aquí debe recordarse que la casa
presidencial de Los Pinos fue establecida por el presidente socialista Lázaro
Cárdenas, para evadir el aura monárquica que tenía el Castillo de Chapultepec debido
a su uso como residencia y despacho por Maxiliano de Habsburgo, Porfirio Díaz y
Álvaro Obregón. También por los inconvenientes prácticos de vivir en Palacio
Nacional, como lo habían hecho Benito Juárez o Francisco I. Madero. Los Pinos
fue, en este sentido, como muchas de las acciones del cardenismo: un acto
concreto para marcar distancia con el pasado autoritario y al mismo tiempo para
facilitar la tarea de gobierno.
Un propósito o justificación similar, o al menos una parte de ella, debió
ser el motivo por el cual el quinto gobernador sudcaliforniano, Leonel Cota,
determinó la conversión de El Caimancito en un espacio público ajeno al
protocolo gubernamental. Junto con la venta del avión del gobernador y la
transformación del edificio usado en comodato por el Partido Revolucionario
Institucional en Albergue de Asistencia Social (administrado por el DIF
estatal) para los usuarios foráneos del Hospital Salvatierra, la acción del
quinto gobernador planteaba un mensaje sobre la dirección de su política y su
alejamiento del cuarto gobernador, Guillermo Mercado. La casa de El Caimancito primero se remodeló
para que funcionara como un acuario y después como centro de convenciones.
Ambos proyectos fracasaron y el lugar quedó semiabandonado. Luego, durante el
periodo de Narciso Agúndez vio perder medio kilómetro de playa y arrecifes, por
la privatización del terreno destinado a crecimiento futuro.
La remodelación que ha iniciado este año, además de las simbólicas,
tiene justificaciones económicas: los integrantes del gobierno del estado, el
congreso y el tribunal superior de justicia requieren de un recinto para
recibir de manera protocolaria a sus pares de la federación, de otros estados y
de otros países. El gasto de dinero público por la renta o acondicionamiento de
locales, hoteles, restaurantes, salones o centros de convenciones se verá así
disminuido, al menos en la capital del estado.
En cierta forma, es un nuevo inicio de la historia de esa casa. Estamos
seguros que la investigación organizada por la directora del Archivo Histórico
del estado, maestra Elizabeth Acosta, y la redacción encargada al escritor
Christopher Amador —en su calidad de coordinador de la
Red Estatal de Bibliotecas y reconocido
autor de un gran número de composiciones literarias— generará investigaciones e
interpretaciones subsiguientes sobre sus cualidades prácticas y sus usos
simbólicos.
Las casas de gobierno no son meros edificios de habitación y oficina del
ejecutivo o jefe político en turno. Su arquitectura y ubicación dan un mensaje
claro sobre el uso del poder público: la “casa del rey”, único edificio
administrativo remanente de la época colonial en La Paz, construida en piedra, fue
destruida por el ejército estadunidense antes de abandonar la península luego
de la invasión de 1846-1848. En 1881 la primera casa de gobierno del jefe
político local fue construida adyacente a la plaza principal, hoy Jardín
Velasco, de frente a la catedral. Su destrucción en la década de 1960, bajo
criterios de ruina estructural, fue vista como una afrenta por los
sudcalifornianos. Fue decidida por un jefe político que por sus acciones
prepotentes hizo renacer el Frente de Unificación Sudcaliforniana, un comité
ciudadano que se creó con gran prestigio durante el gobierno de Francisco J.
Múgica (1941-1946). La agrupación de los años 1960 fue continuada por el
movimiento Loreto 70 que, al igual que la anterior pero con otros
protagonistas, enarbolaba la demanda de “gobernador nativo o con arraigo”. ¿A
qué se debió que una de las primeras acciones del primer gobernador de Baja
California Sur, Ángel César Mendoza Arámburo fuera reconstruir la casa de
gobierno y abrirla como espacio público para uso cultural en 1981? ¿Acaso no
fue por un clamor popular? (Hay preguntarse también por qué todos los gobiernos
dejaron inconclusa la construcción: nunca cerraron la cuadra e incluso hoy una
asociación de comerciantes la usufructúa como estacionamiento y proyecta una
plaza comercial privada.)
No sólo tienen significado la estructura física o la ubicación
geográfica del edificio público donde despacha o reside el gobernador o jefe
político: también la manera como se le denomina. Por ejemplo, lo que conocemos
hoy como el Centro Cultural La Paz,
fue hasta 2005 Palacio Municipal. Pero cuando se construyó e inauguró en 1910
se le llamaba oficialmente Casa de la
Ciudad, y desde ella despachaba el presidente municipal de La Paz. ¿Cuál es la diferencia
entre una Casa de Gobierno y un Palacio de Gobierno? ¿O entre una Casa de la Ciudad y un Palacio
Municipal? La respuesta es ideológica: la denominación de “palacios” para los
recintos administrativos o de protocolo de los jefes políticos es una
reminiscencia colonial y monárquica que los gobernantes locales
sudcalifornianos evitaron entre 1881 y 1914. El uso de la denominación “casas”
—aunque los edificios no tuvieran el uso habitacional de la autoridad política
sino el meramente administrativo— elimina el carácter aristocrático y establece
uno republicano. En las repúblicas, como se sabe, todos los ciudadanos son
iguales ante la ley y se gobiernan con un presidente, una palabra que
significa: ‘el que se sienta primero’.
¿Pero quién vive o despacha en un palacio?
Esta es una reminiscencia virreinal que también permanece en la
denominación de “gobernador”. Cuando se decretó la república como forma de
gobierno en México en la primera constitución política (1824) se eliminó el título
de emperador y el resto de las denominaciones aristocráticas, y se estableció el
cargo de “presidente”. También se sustituyó el de “alcalde” por “presidente municipal”.
Pero se conservó el nombre y cargo de “gobernador”. La estructura republicana
mexicana: presidente de la república > gobernador > presidente municipal,
claramente tiene un fallo de coherencia. El gobernador de una entidad
federativa, desde el nombre, se le están otorgando cualidades no republicanas
que hacen muy evidentes las fallas democráticas en la composición del poder al
interior del Estado, en nuestro caso el sudcalforniano.
Parecerá ingenuo creer que modificar el título del jefe del poder
ejecutivo estatal redundará en una mayor democratización de la vida política
local, pero al menos sería una curiosidad notable a nivel nacional: sólo los
sudcalifornianos tendríamos un “presidente estatal”. Así podríamos presumir de
contar con un “Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”, un “Presidente del
Estado Libre y Soberano de Baja California Sur” y cinco “Presidentes de los
Honorables Ayuntamientos”. En cierta forma sería un acto de demostración de la
auténtica soberanía y libertad del pueblo sudcaliforniano.
Pero más notable sería que los sudcalifornianos y sus gobernantes tuvieran
así siempre presente el propósito general de la separación de los poderes del
Estado y el propósito particular de la concentración del Poder Ejecutivo
estatal en una sola persona.
En este sentido podemos ver que el título escogido por los editores del
libro proyectado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura es gratamente
apropiado. El libro ‘La casa presidencial de El Caimancito’ quizá marque así el
inicio de una renovación no sólo física sino simbólica y política para un
estado de la nación mexicana que cumplirá cuarenta años de edad el 8 de octubre
de 2014.
¿A quién no gustan los cambios que mejoran lo que disfrutamos todos?
Nuestra vida política, los espacios públicos, el fondo y la forma.
Finalmente, ante tan relevante misión que tienen los investigadores asignados
a la edición del libro, es sencillo prever el buen éxito de sus esfuerzos.
Tanto Acosta como Amador han realizado ediciones de libros muy importantes o
significativos antes. Basta con mencionar ‘La guía familiar de Baja California
(1700-1900)’ —editada recientemente por el Archivo Histórico que lleva el
nombre de su autor Pablo L. Martínez— y el primer libro sobre Víctor Bancalari,
un muy conocido pero hasta ahora poco leído escritor sudcaliforniano: ambos son
iniciativas de Acosta, la primera, y de Amador, la segunda.
Insistimos en expresar nuestra esperanza de ver aparecer múltiples
esfuerzos de investigadores particulares y especialistas académicos que
secunden la labor de estos comprometidos y capaces servidores públicos del
Instituto Sudcaliforniano de Cultura.
sandinogamez@gmail.com
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