5 de octubre de 2009

Los orígenes de la universidad en Occidente


La historia de la universidad como institución de altos estudios se encuentra explicada desde diversas tradiciones, según sea la consideración que se tenga sobre sus propósitos iniciales. La historia oficial de Occidente con frecuencia recurre a la Academia de Platón en Atenas y a la fundación de las universidades europeas de la Edad Media, pero puede extenderse en el tiempo esta historia hasta las instituciones de China, Pakistán y la India que expedían títulos a sus egresados siglos o milenios (como en el caso de la Escuela Superior —Shangyang— de China) antes que Platón abriera su jardín en 387 adC.

La fundación de las universidades como las conocemos en la tradición occidental, sin embargo, y todo el proceso cultural que dio origen al rigor académico y al interés por la investigación y la crítica, se encuentran ligados a las polémicas teológicas de los inicios del cristianismo, en particular a una doctrina considerada herética: el nestorianismo.

Debe recordarse que los primeros siglos del cristianismo como religión oficial estuvieron marcados por las discusiones entre las diócesis de Roma, Alejandría, Jerusalén y Antioquia. El nestorianismo tenía su sede principal en esta última ciudad, precisamente donde se nombró por primera vez como “cristianos” a los seguidores de Jesús. Los nestorianos habían formado prestigiadas comunidades de maestros y discípulos dedicadas al estudio de los textos bíblicos y a la traducción de textos. Con la prohibición de su doctrina, a finales del siglo V emigraron invitados hacia el imperio persa (enemigos del bizantino que los expulsaba), llevando consigo importantes bibliotecas de manuscritos griegos. Se establecieron primero en Edesa, pero en 489 se movieron a Nisibin, abriendo en la vecina ciudad de Gundishapur (hoy Irán) facultades seculares —esto es, laicas— de las ciencias clásicas: matemática, astronomía y medicina. Gundishapur ya era la capital intelectual del imperio persa sasánida, pero la llegada de los nestorianos promovió el arribo de otros cientos de estudiosos del decadente imperio bizantino (en especial de Atenas y Alejandría) exiliados por la intolerancia religiosa del cristianismo canónico. La academia de Gundishapur floreció especialmente cuando llegaron sabios invitados procedentes de India y China, con sus respectivos conocimientos de medicina, astronomía y matemática, algo que promovió también la apertura de una escuela de traductores que trasladarían hacía occidente diversos textos literarios y científicos orientales.

El imperio persa cayó ante el avance musulmán en 638, pero la academia de Gundishapur sobrevivió y se sostuvo por siglos como un centro islámico de altos estudios, una auténtica ciudad académica o universitaria (para los iraníes, que todavía la sostienen, la primera del mundo). Sin embargo, hacia 832 el califa abbasí de Bagdad (hoy Irak) fundó y dotó la Casa de la Sabiduría, Baytu l-Hikma, siguiendo los métodos de Gundishapur y, de hecho, utilizando a la mayoría de sus graduados, con lo que vino a sustituirla y a superarla en poco tiempo.

La dinastía abbasí fue el esplendor del Islam árabe y su joya era la Bagdad de Las mil y una noches. La gran tolerancia intelectual de la época permitió la traducción y discusión de las obras científicas de médicos y filósofos como Aristóteles, Hipócrates, Galeno y Discórides, y la aparición de hospitales vinculados estrechamente con las escuelas de medicina. Así se crearía un modelo empirista, laico y riguroso, de gran prestigio, que viajó hacia Occidente junto con el Islam y entraría a Europa por España (en la universidad de Córdoba del siglo VIII, donde enseñaron Avicena y Averroes, entre otros) e Italia (en la universidad de Salerno del siglo X), y que serviría de modelo para muchas universidades europeas.


La comunidad de maestros y académicos

Textos de la antigüedad grecolatina, conservados por nestorianos, persas y árabes, entraron por España, un estado prácticamente islámico, a partir del siglo VII, pero fue la conquista cristiana de Toledo en 1085, la tolerancia de los reyes castellanos hacia los mahometanos (islámicos) y judíos y su financiamiento de la Escuela de Traductores de esa ciudad lo que aceleró el proceso. Ahí se realizó el trabajo de traducción del árabe al latín y al español (castellano de la época) y se diseminó, a partir de la última década del siglo XI, por las cortes de la Europa cristiana.

Para los estudiosos, este arribo del conocimiento antiguo venía a confirmar la inoperancia de la educación impartida por la Iglesia. La enseñanza se impartía desde hacía siglos exclusivamente bajo la vigilancia de la autoridad eclesiástica católica. Se le llamaba escolástica porque promovía de manera única el comentario (scholium, en latín) de los textos canónicos o tradicionales (la Biblia, en especial).

El proceso cultural que daría origen a las universidades comenzó paralelo a las instituciones religiosas o como una prolongación extramuros del modelo de estudios de los monasterios, esto sigue siendo tema de discusión. El hecho es que profesores y estudiantes comenzaron a reunirse en espacios paralelos a los conventos, monasterios e iglesias para discutir los nuevos temas (referidos, recuérdese, a los antiguos), en especial los de utilidad práctica como el derecho y la medicina, y todo el sistema aristotélico, el más sistematizado de la antigüedad.

Con la finalidad de dar una estructura más adecuada a las discusiones, a la investigación y a la enseñanza, varias categorías de docentes (de docere, “enseñar’) y estudiantes se organizaron en un tipo de corporación o gremio que se dio a llamar, simplemente, “comunidad de maestros y académicos” —en latín: universitas magistrorum et scholarium— a imitación de las comunidades de artesanos que eran frecuentes en la Alta (o Tardía) Edad Media, y que funcionaban con un estatuto de autonomía. La libertad de cátedra y la alta tolerancia fueron sus características iniciales.

A partir del siglo XII, el espíritu de la universidad se había difundido por toda Europa y había dado origen a distintas instituciones que se distinguieron por una disciplina particular: la de Salerno y Montpellier por la medicina, Bolonia por el derecho, París por la teología y filosofía, y Oxford por la ciencia experimental. Generalmente cada universidad estaba estructurada con una diferente organización de sus estudios, pero cada una alojó de manera básica cuatro facultades: medicina, derecho canónico, derecho civil y teología.

Antes de poder asistir a los cursos universitarios normalmente era necesario haber frecuentado y concluido, con una licencia, un ciclo de seis años considerado como enseñanza de base —impartida por las mismas universidades— que estaba enfocado en las siete artes liberales: aritmética, geometría, astronomía, música, gramática, retórica y dialéctica, con mayor interés por esta última.

El ambiente en estas universidades era completamente diferente del que se vivía en las viejas escuelas obispales. Los programas de enseñanza eran ideados libremente por los profesores, quienes también, con la ayuda de los estudiantes, preparaban libros de texto concebidos para una enseñanza práctica. Aquí es donde se acuñó un método de los estudios superiores con el cual se dirige al estudiante a recorrer un camino intelectual preciso mediante la lectura, el análisis (cuestionamiento o individualización) de problemas, la disputa interpretativa y la síntesis final (en latín determinatio). Los profesores de mayor prestigio se desplazaron de una sede a otra y con ellos muchos de sus estudiantes, estimulando aún más este movimiento cultural que preludiaba el Renacimiento europeo.

En el siglo XIII, sin embargo, dado el gran poder adquirido por las universidades, las autoridades civiles, los reyes de Francia e Inglaterra y los magistrados municipales en Italia comenzaron a imponer un control directo sobre ellas. Los universitarios se opusieron, algunos incluso abandonando las sedes, pero vieron perder su autonomía. Finalmente el papado intercedió ante la crisis y colocó a las universidades bajo su jurisdicción, asegurando los privilegios jurídicos y económicos de los universitarios, terminando con ello un periodo de discusión y debate intelectual. La intelectualidad universitaria se dirigió desde entonces y hasta el siglo XIX cada vez más hacia las carreras eclesiásticas y comenzó una era de dogmatismo académico. El medievalista francés Jacques de Goff lo resumió diciendo: “los intelectuales de Occidente devinieron, con una cierta mesura, pero sin alguna duda, en agentes pontificios”.


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