30 de octubre de 2011

Guión visual para el video musical “Besitos en el cuello”, interpretado por los Grandes del Pardito


Pasa un tiburón ballena.

Una pareja de buzos lo observan. Ella lo toma de la mano como para llamar su atención. Está emocionada por el gran pez. Él se estremece al contacto.

En la lancha, al quitarse de la cabeza el equipo, a ella el cabello le cae húmedo sobre un hombro; lo exprime y alcanza a ver que él, todavía con el neopreno, la mira desde el timón un instante para luego ocuparse de prender el motor. Hay alguien más sobre la embarcación, pero sólo se aprecia que arregla el equipo en javas de plástico. Ella voltea a su cabello y al horizonte. Se ven los cerros de la ensenada de Cabo Pulmo en el instante que el sol entra detrás de ellos.

Hay sonrisas en la playa. Mientras él y el otro empujan la lancha para salir del agua y se les une un señor mayor, ella corre hacia una pareja que la espera en la parte seca. Es un gringo viejo, la señora es trigueña, de cincuenta, guapa, indefectiblemente mexicana, ambos vestidos al estilo de Todos Santos; la joven se lanza a los brazos abiertos del gringo.

El padre paga al señor mayor de la lancha y el tercero sobre la embarcación lleva cosas hacia la caja de una Titán blanca. Ella ayuda a la mujer a subir al estribo, deteniendo la puerta y dándole el brazo. Platican muy sonrientes.

Él la mira mientras enrolla una cuerda o manguera a lo largo de su brazo.

Antes de entrar al carro, ella lo mira, le sonríe sin verle y entra.

Él también apenas sonríe, pero su sonrisa se amplía.

Pasa un grupo de mobulas. Los buzos se agitan y las señalan, sólo uno se mantiene igual.

En la playa, mientras el grupo se despide del señor mayor, él enrolla una cuerda y mira el horizonte con el sol cayendo. Alguien se despide de él y él asiente.

Va en una Toyota Pathfinder café subiendo el cerro de Cabo Pulmo. Luego baja el llano-arroyo de La Ribera. Pasa por la virgen de San Bartolo. Deja cruzar unos niños en El Triunfo. Antes de la Y mira pasar un grupo de caballos y toma el camino de Todos Santos. La picap ve la Casa de la Cultura y la Misión. Pide una dirección. Le señalan. Se estaciona frente a una casa antigua con huerta.

En una imagen en retroceso de su viaje (como en un ánime de samuráis) se ve como él sale de la casa de Milo en Cabo Pulmo (una casa que es un cámper, con una ramada, junto a un cuarto en construcción). Y es Milo, el señor que cobra, quien lo despide.

Duda, pero toca la aldaba.

Es el gringo viejo quien abre. Le sonríe, algo le dice con amabilidad, pero cruzado en el umbral no hace ningún movimiento que signifique que lo va a dejar entrar. Él se despide sonriente, algo apenado, enseñando una palma al voltear la espalda hacia su carro. El gringo quita la cara sonriente ante la espalda.

Está cargando gasolina en la estación de Todos Santos, mirando hacia el frente pensativo. En la bomba de al lado se coloca un Nitro nuevo, con los vidrios abajo, manejado por un júnior. Hay tres jóvenes mujeres en el carro, con arreglos de fiesta, una adelante y dos en el asiento trasero. El júnior abre la puerta, baja, dice algo al de la gasolinería, cierra y se encamina al baño.

Él está viendo el Nitro. Ella está en el asiento de copiloto, mirándolo a su vez con grato asombro. La mira como si un objeto de vidrio estuviera a punto de romperse. Las demás muchachas también lo miran. El hechizo acaba cuando ella prevé la llegada del júnior, que entra serio al Nitro. Ella queda oculta detrás de su cuerpo. Las demás chicas vuelven a su expresividad festiva. Le cierra la perspectiva de la ventana el cuerpo del empleado. Le está dando una nota.

El Nitro se aleja, pero alcanza a ver su perfil y una sonrisa. Su cara se ilumina.

Es un baile de plaza donde tocan Los Grandes del Pardito. Él está con sus amigos, todos vestidos al estilo de Santiago (todos con nada en las manos). Está explicando con los brazos el acercamiento a una manta gigante. Los amigos dejan de prestarle atención y miran discretos hacia su espalda. Él se voltea y la ve con sus amigas, vestidas como jóvenes de San José. La cara de ella es una interrogante. La de él (los amigos como a punto de arrojarse en precisa picada hacia el agua) como a punto de ver romper algo ya roto. Pero ella sonríe (y las amigas a su detrás se carcajean). Sólo se ve cómo a él —luego de un discreto suspiro— se le ilumina la cara.

El penúltimo tiro: los dos grupos juntos en la plaza viéndolo contar sobre la mantarraya, ella muy cerca de él, detrás mirones (volteando hacia los músicos y de espaldas a la cámara) y enseguida el baile (o los bailadores), detrás los Grandes, sobre un escenario, detrás la iglesia de la misión de San Javier y detrás el gran cerro con el tono de la tarde. Es 3 de diciembre.