Hay mucho para decir sobre el Carnaval de La Paz, a favor o en contra. Los paceños acudieron como cada año, con mucho ánimo de pasar un rato agradable con su familia, su pareja, sus amigos o a solas. Que se haya celebrado entre los asistentes y no asistentes el sobrenombre de “Chafaval” para este evento demuestra que las exigencias sobre el espectáculo este año fueron mayores y que el contenido (de hecho, el sentido) del Carnaval tiene poco que decir a los paceños.
Dado que se carece de escuelas de samba, pero que se cuenta con una educación religiosa tan moderna como la brasileña, la Fiesta de la Carne en La Paz podría recordarnos cada año por qué termina cuarenta días antes que comience la Semana Santa, por qué para presidir los festejos se escoge una reina y cuál es la función del rey feo. En el caso sudcaliforniano también ayudaría mucho saber por qué la corona la impone el gobierno y no la anterior reina, y cuál fue el método para elegir a su persona. En el caso paceño, en particular, sería muy interesante que se nos explicara por qué los artistas son contratados por el gobierno estatal y no por el municipal, cuánto se gasta por los festejos y cuánto se obtiene por la venta de espacios para la vendimia. Esto explicado en grandes letreros de lona puestos en el malecón, como cuando API anuncia que va a volver a realizar un nuevo retoque al Parque Cuauhtémoc. Sería interesante ver publicado de esta manera tan sencilla y abierta el poemario que cada año se premia con dinero público y que nunca se da a conocer. Esto también ayudaría a entender cuál es el sentido de los Juegos Florales y la relación que tiene la poesía con el Carnaval, al menos con el Carnaval de La Paz.
Como consecuencia de esta información, los ciudadanos de La Paz probablemente apreciarían con más interés esta fiesta que les está dedicada por entero. También a partir del conocimiento de los propósitos e implicaciones del Carnaval, los paceños participarían no sólo como consumidores de mercancías y juegos mecánicos. Sería una auténtica celebración local que daría a los habitantes de este puerto una idea mayor de su sociedad tan particular.
Hay muchos especialistas en La Paz (algunos incluso participando en su organización) que podrían dar una mejor explicación sobre la historia del Carnaval y sus componentes religiosos precristianos. Recordaremos aquí solamente que las tradiciones religiosas de todos los meses y de casi todas las culturas tienen que ver con la naturaleza y el paso de las estaciones. Así, el Carnaval parece ser una celebración de la vida, porque en febrero ya son evidentes los retoños de los árboles que perdieron sus hojas en octubre-noviembre, reaparecen las hormigas y las abejas, los pájaros vuelven a cantar con insistencia y, en la Bahía de La Paz, vuelve a verse al pacífico tiburón-ballena. Es natural que los seres humanos compartan esta alegría.
En La Paz, este febrero de 2009, además del natural regocijo de ser carne, la ciudad celebró de manera discreta y previa a la celebración oficial del Carnaval la aparición de otro tipo de retoños que también están muy unidos a nuestra vida como comunidad.
De los que una sola persona pudo ver (cuando se puso a mirar) el primero en retoñar fue el árbol de la historia local. Sus retoños son las hojas del libro del cronista municipal de La Paz, Leonardo Reyes Silva, Tres hombres ilustres de Sudcalifornia. Aparecieron otros retoños enormes, difícilmente evitables, en el árbol de las artes con las imágenes de Elizabeth Moreno. Retoñaron también varios libros de jóvenes escritores, de los que sabemos además del apellido varios versos y que no citaremos por modestia. Aparecieron finalmente, ya bien ubicados como árboles nuevos aunque nacidos a principios del invierno, dos espacios de arte, ambos con formas exóticas en las fachadas, los interiores y los techos.
El libro de Reyes Silva reúne tres ensayos biográficos sobre el jesuita novohispano Jaime Bravo, el general republicano Márquez de León y el gobernador civilista Agustín Arriola Martínez, protagonistas de épocas fundamentales para La Paz: el último intento español para crear una colonia entre los guaycuras, el siglo en que se decidió la nacionalidad de la península de California y el segundo intento de autogobierno de los sudcalifornianos. Fue presentado en el auditorio principal de la Escuela Normal Urbana, un jardín de palmeras y pinos salados plantado precisamente en febrero de 1944 por el jardinero revolucionario Francisco J. Múgica, que entonces era el jefe político de esta tierra. Dado que ese día no había clases en la benemérita escuela, sus estudiantes no escucharon decir a su prestigiado colega Reyes Silva qué es lo que hace ilustres a los hombres en Sudcalifornia (pero es algo que deben saber todos los profesores normalistas, según se entiende).
Las fotografías de Elizabeth Moreno fueron instaladas en la Galería Carlos Olachea durante los primeros quince días del mes y provocaron un generoso impacto por decir algo que ya sabemos, pero decirlo de una manera nueva, en una ejecución insólita. Fue una muestra fotográfica que interpreta lo que los paceños han hecho o han dejado hacer con esta tierra. La foto que más puede recordarse es la de una vaca de Chametla reflejada en un charco de agua, todo en una composición muy bella que sólo en el último momento permite ver la presencia de una bolsa de plástico que suprime el encanto. Una basurita indigna en un ojo acuoso de la tierra. Pero también está otra imagen igual de bella, similar a la que nos acostumbran en las revistas de publicidad de hoteles o bienes raíces. Se trata de algún punto del paisaje costero de La Paz o sudcaliforniano: en la mitad de abajo se mira el cruce entre el cielo, el horizonte, el mar, el cerro y los cardones. Sólo cuando se observa la mitad de arriba apreciamos que el cielo homogéneo y de un azul intenso está atravesado por un alambre de púas. También hemos visto lo que parece el aviso de Costa Baja para modificar los cerros de su “desarrollo”. Al pie de un letrero que dice: “Aquí se construirá el campo de golf de Costa Baja”, está como su sombra el cadáver cenizo de un cardón gigante.
Los árboles que nacieron en diciembre y se hicieron evidentes en este febrero son el Teatro-Espacio del Esterito y la Galería de Gabo. Ambos nacen como alternativas a los espacios administrados por el gobierno del estado y el municipio, el primero para comenzar una compañía de teatro en La Paz y dar un respiro a una actividad cultural local que parece de continuo en apnea. El segundo para exponer la obra de pintores locales, tanto para la venta como para su aprecio por el público.
Luego de estos retoños, ¿cómo no querer anticipar las flores que esperan a los paceños en marzo? Quiza los pescadores de La Paz volverán a llevar San José al Mogote el próximo 19.
sandinogamez@gmail.com
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