13 de marzo de 2009

Prólogo a 'Reportaje' de Fernando Amaya Guerrero

El periodismo nació como una herramienta de la lucha por el poder entre grupos políticos y económicos a finales del siglo XVIII y principios del XIX, en Europa y América. En México fue, hasta 1896, un periodismo de réplica y contrarréplica; los periodistas estaban integrados activamente en los bandos políticos en pugna y el periódico llevaba como objetivo principal persuadir o inclinar al lector hacia una causa. La difusión de acontecimientos importantes era secundaria, aunque no inexistente. Los editores preferían asumir el papel de constructores del país; el suyo era un compromiso de educar, enseñar, proclamar, dirigir y sostener la opinión del pueblo, desde su propia perspectiva ideológica.

Si uno compara una lista de los periodistas mexicanos del siglo XIX con una similar de los escritores, verá que eran prácticamente los mismos. La opinión política, la literatura, la divulgación científica, las artes, todo el carácter de estos hombres y mujeres que consideramos los fundadores de México, viajaban en esos periódicos. No había aún periodistas profesionales.

En 1896 todo esto cambió. Los diarios que habían hecho nuestro siglo XIX se editaban en las mismas imprentas que los libros y con el mismo sistema casi artesanal. Sus tirajes eran breves, de pocas páginas y su costo de producción considerablemente alto.

Desde 1880, el gobierno de Porfirio Díaz había desarrollado una presión constante sobre los periódicos que no le eran favorables. Subsidiaba alrededor de sesenta periódicos de la capital y principales ciudades para minimizar a los disidentes y encarcelaba de continuo a los periodistas críticos que no se contentaban con burocratizarse (algunos eran muy obstinados: Filomeno Mata, por ejemplo, daba su artículo a la imprenta y él mismo se dirigía con sus maletas hacia la cárcel).

En 1896, el gobierno porfirista, a través de su ministro de Hacienda, J. I. Limantour, otorgó un préstamo a Rafael Reyes Spíndola para comprar una rotativa y varios linotipos que permitirían editar El Imparcial. La consecuencia inmediata fue el cierre de casi todos los diarios de oposición, enfrentados a una dinámica industrial para la que no tenían recursos. El Imparcial, que en su nombre llevaba su apariencia, fue el inicio de un periodismo de escándalo, de nota roja y de eventos sociales, esto es, de entretenimiento y ya no de educación o convencimiento. Su objetivo no era servir como guía del pueblo sino, llanamente, ser un “informador” de los acontecimientos del día.

La imparcialidad o “profesionalismo” fue bandera también en el resto de los diarios que fundaron a lo largo del siglo XX, con algunas excepciones, no sólo en México sino en el resto del mundo. Esta postura escondía, en realidad, una tendencia política de fondo: ningún diario dejaba de atacar al enemigo de quien lo financiaba y a éste no dejaba de defenderlo. A la mitad esto, día con día, el periódico informaba ocasionalmente de asuntos con relevancia social, pero con mayor frecuencia evadía los temas que podían provocar una opinión crítica por parte de los lectores.

Lo que los diarios vendían, a partir de 1896, era la novedad, lo impactante, lo llamativo. El periodismo adquirió las características del mercado industrial y su propósito —o, más bien, el propósito de los dueños de los medios periodísticos— fue desde entonces la obtención de la mayor ganancia en el menor tiempo posible: la lógica capitalista.

Hubo importantes beneficios, no obstante, en esta mercantilización del periodismo escrito (también llamado prensa). Originó una mayor precisión y síntesis en el lenguaje que alimentó a gran parte de los escritores del siglo XX, la página de sociales y la nota roja o policíaca dieron origen a una perspectiva de la sociedad que hasta entonces no había sido apreciada desde la literatura o la academia, y el uso de las nuevas tecnologías de comunicación lo potenció como una herramienta para vincular las distintas regiones de México, y a México mismo con el mundo.

Hoy hay dos maneras contrapuestas de ver el periodismo. Como testigo, árbitro y vocero de la opinión pública, un elemento necesario de las sociedades democráticas, un celoso vigilante de las acciones de los poderes públicos, de los poderosos y del estado que guarda la sociedad. La otra es una visión de periodismo como un negocio sin mayores escrúpulos que la búsqueda de una ganancia más o menos rápida. Entre aquélla y ésta se encuentran muchos matices. Un periodista y escritor tan notable y socialmente comprometido como Paco Ignacio Taibo II puede decir con convicción que el periodismo es “el mejor oficio del mundo” porque elimina, así sea a veces sólo con la palabra, la impunidad de los que abusan de su cargo público o de su riqueza, y porque deja constancia de las luchas sociales o de las acciones individuales llenas de mérito.

El reportero, nacido como profesional, obrero y constructor del periódico de esta era del periodismo industrial, es quien otorga validez y realidad a esta idealización romántica: raros son los diarios y medios electrónicos que permiten una completa libertad de investigación y de palabra a sus reporteros, pero no son raros los reporteros amantes de la libertad y de la palabra. Esos pocos, pero numerosos a lo largo de un siglo, en México y el mundo, son los que salvan la profesión y dejan un ejemplo a seguir.

En su espíritu irónico, sin embargo, los mismos periodistas mexicanos, pese a la pasión que les despierta su profesión, han dado a llamar al periodismo de una manera muy sugerente, que parece despectiva, pero que encierra un significado más profundo. Lo llaman: “el perro oficio”. Si se pregunta el por qué de tal apelativo se obtendrá una respuesta lacónica: “porque los periodistas somos como perros”.

La expresión parece muy negativa. Consideramos casi siempre al perro como un animal nada noble, consumidor de desperdicios, abusivo cuando puede, servil y carente de dignidad. Llamar “perro” a alguien es un insulto en casi todas partes. Pero conviene recordar que el perro es también un símbolo de fidelidad, un celoso guardián de secretos y, como demuestran innumerables historias, ficticias e históricas, un ejemplo de tenacidad y valor. ¿Acaso no termina siendo un excelente epíteto para el periodismo y para los periodistas?

Es un oficio difícil. ¿Quién puede negar que también es indispensable? ¿Cómo podríamos enterarnos de lo que sucede, de las tantas cosas que suceden, en tantos niveles, en nuestro mundo actual, en nuestro país y en nuestras comunidades? Pero también, ¿cómo eludir esa contradicción entre el mejor oficio del mundo de la idea y el perro oficio de la realidad?

Necesariamente hay que comenzar por el principio: hay que formar mejores periodistas y mejores ciudadanos que hagan y exijan de este indispensable oficio lo mejor.

Don Fernando Amaya, un decano del periodismo peninsular californiano, con más de cincuenta años ejerciéndolo de la mejor manera, en este libro se ha propuesto la cimentación de este principio. En Reportaje ha escrito una bella obra sobre la virtud y valores que se pueden alcanzar (y que se pueden exigir) en el periodismo. Es muy interesante ver cómo ha conseguido un planteamiento práctico a la vez que uno ideal. Lo ha logrado, en mi opinión, por su enorme afecto hacia el oficio y por su grato optimismo hacia el futuro.

El periodismo en México tiene una historia similar a la de la sociedad mexicana, a la de la propia nación. En cierta forma, ¿qué es el periodismo sino el recuento, día a día, de la historia de este pueblo? De ahí que Don Fernando Amaya no haya dirigido únicamente su libro como un manual o como una introducción al periodismo para jóvenes y niños. Incluso es notable que no haya querido limitarse a mostrar los valores éticos que deben guiar a un periodista. El autor, un hombre experimentado, amante de su tierra y de su nación, habitante del último jirón de su suelo, ha sabido mostrar que no sólo el periodista sino el ciudadano también deben tener un principio fundacional. Don Fernando lo ha encontrado en la virtud, en particular en la virtud del patriota.

Cuando le dije que me proponía mencionar en este intento de prólogo el lema del “perro oficio”, sólo rió. Ahora creo —mientras busco el punto final a estas letras— que lo hizo por comprender mejor que yo que me iba a meter en un lío. ¿Cómo iba a poder mezclar la virtud y los perros?

Pero he tenido suerte (la suerte del perro, sin duda). Recordé, al escuchar su amable risa, que hubo una escuela filosófica en la Grecia del siglo V a. C. que se llamó a sí misma Cínica, esto es “de los perros” —porque kyón es ‘perro’ en griego—. Ahora tenemos tal palabra como un adjetivo negativo (“aquél que conoce el precio de todas las cosas, pero el valor de nada”, en palabras de Óscar Wilde), pero en realidad los filósofos cínicos eran sujetos muy preocupados por la decadencia moral de su tiempo y con el ejemplo de sus vidas buscaban enseñar el verdadero camino de la existencia humana. Su dogma consistía en que la felicidad viene por sí misma al seguir una vida simple y acorde con la naturaleza, que el ser humano lleva en sí mismo los elementos para ser feliz y que conquistar su autonomía era de hecho el verdadero bien. El más notorio de estos filósofos cínicos fue Diógenes de Sínope o, simplemente, Diógenes el Cínico. (Se cuenta, por ejemplo, que Alejandro el Grande, antes de partir a conquistar Oriente Medio, visitó Corinto, donde estaba Diógenes. Lo encontró muy de mañana en su casa: un barril de aceitunas. Paró enfrente para que lo mirara y le dijo: “Soy Alejandro, el hombre más poderoso de Grecia. Vengo a concederte cualquier cosa que desees”. Diógenes, todavía frotándose sus miembros ateridos por el frío de la madrugada, preguntó al hegemón: “¿De veras me concederás lo que te pida?” “Cualquier cosa”, contestó Alejandro. Diógenes hizo entonces su petición más famosa: “Pues hazte un lado, que me estás tapando el sol”.)

Al colgar el teléfono fui a consultar al biógrafo de Diógenes, su tocayo Diógenes Laercio. Había una continua referencia a los perros y a la virtud en la vida de Diógenes el Cínico. El filósofo tomó muy en serio su postura crítica. Le llamaban “perro” sus conciudadanos por encontrarlo comiendo en pleno Foro, en el suelo, pero él decía: “Perros ustedes, que estando yo comiendo estáis alrededor”. En el teatro entraba ahí por donde todos iban saliendo: “Esto tengo resuelto hacer toda mi vida”, decía a quienes lo cuestionaban. Y una vez que le preguntaron qué es lo mejor en los hombres, respondió: “La confianza y satisfacción propia en el decir”.

La frase ahí estaba, en efecto. Cuando preguntaron a Diógenes qué hacía para que lo llamasen “perro”, respondió: “Halago a los que dan, ladro a los que no dan, y a los malos muerdo”. No podía ser mejor alusión al periodismo, al periodista y al reportero, aunque hubiera sido acuñada y conservada desde hace dos mil años. Para tiempos actuales, al menos: no dejar de morder a los malos.

He aquí, pues, un libro destinado a enseñar una cuestión abstracta desde un punto de vista nuevo: el periodismo como virtud y como patriotismo. Más nuevo, todavía, porque está destinado a aquellas y aquellos que comienzan a construir con sus vidas y acciones nuestra sociedad. Para que un día el mejor oficio del mundo sea el oficio de ser ciudadano y el periodismo sea su herramienta principal, su espejo, su aliado y protector.


Fernando Amaya Guerrero, Reportaje, Ediciones Alternativa-SEP-Cobach, La Paz, B.C.S., junio de 2008.

1 comentario:

Periodismo dijo...

Hola, soy Jose Enrique Garcia Sanchez, periodista de Tijuana. Conoci al negrito Amaya hace como 35 anos cuando yo empece en el medio. Me interesa saber como consigo un par de ejemplares de ese libro. Saludos. Mis direcciones de correo son jenriquegarcia@yahoo.com y jenrique58@hotmail.com. Tambien quisiera saber como puedo conseguir los libros que se hayan escrito alla sobre el periodismo en BCS. Agradecere cualquier orientacion. Saludos