Es muy fácil comprar un veneno, pesticida, herbicida o defoliante en la ciudad de La Paz, pero es muy difícil deshacerse de él. No existe un lugar adecuado para ello y debería existir. Siendo todavía legal la venta de agroquímicos inorgánicos y no degradables, sólo queda pensar que una parte de todos los residuos peligrosos viene a quedar bajo la tierra donde los paceños sacan su agua para beber, y que otra considerable se integra a sus vidas y a su ambiente rural o citadino.
En el municipio de La Paz la agricultura se encuentra suficientemente extendida como para que la ausencia de un depósito de residuos tóxicos resulte un asunto de consecuencias graves a mediano plazo. Basta sólo ver la proliferación de centros de venta de químicos agrícolas en los últimos dos años para apreciar los riesgos.
Los usuarios de este tipo de productos destinados a aumentar la fertilidad de la tierra o a la eliminación de organismos vegetales o insectos no deseados son por un lado los agricultores del valle de La Paz y por el otro los citadinos con pequeños huertos o patios cultivados. Posiblemente los grandes agricultores aprovechen con toda su eficiencia los productos mencionados, pero en los pequeños usuarios esto es menos probable. Confiemos por un momento que los agricultores grandes son completamente supervisados por la SAGARPA y la SEMARNAT y no se encuentran aplicando químicos cuya vida como elemento tóxico para los alimentos cultivados, el ambiente y los seres humanos que se exponen a su presencia sea peligrosamente larga. Sumemos a esta casta confianza una adicional sobre el uso eficiente, es decir, en su totalidad, de los agroquímicos no orgánicos (y por tanto residuales) en los cultivos de la región. Sólo así estaremos tranquilos de que los mantos freáticos que proveen de agua a La Paz no se encuentran bajo riesgo de contaminación.
Pero luego de este optimista privilegio de la duda sobre la alta conciencia del agricultor y la lealtad para con la ley y la sociedad del funcionario que supervisa la aplicación, todavía falta considerar lo que puede acontecer y lo que con toda seguridad sucede en el caso de los pequeños usuarios de los más usados de todos los residuos tóxicos en una ciudad como La Paz: luego de utilizar una pequeña cantidad, el resto es guardado o desechado. Quien conozca los efectos de los agroquímicos en la salud humana, en el ambiente y la manera como interaccionan con los organismos para la función a que están destinados, no guardará estos residuos tóxicos en su casa, ni cerca de su casa y probablemente ni cerca del cultivo donde ya aplicó el producto químico agrícola. Si tiene este conocimiento tampoco lo tirará a la basura o lo dejará en cualquier lugar dentro o fuera de la ciudad.
La visión más simplista dirá que en primer lugar estos productos no deben comprarse para ser usados en el jardín o la huerta y que su uso debe estar en manos de especialistas. Sin embargo es un hecho cotidiano en la actualidad que su venta es completamente libre y que los particulares no tienen necesidad de poseer conocimientos especializados (aunque sea deseable). Para lo que aquí se señala es suficiente con tener conciencia de la relación estrecha entre el ambiente y nuestras acciones. De esta forma, el ayuntamiento o el gobierno del estado, por la responsabilidad que les ha asignado la sociedad, deben establecer un depósito de desechos tóxicos para que los particulares puedan deshacerse de los que les son inútiles y para garantizar que no terminen integrados (al menos no en su forma peligrosa) al ambiente citadino, rural, silvestre o marino.
Actualmente los expendedores de agroquímicos tienen la obligación de regresar a la empresa que les provee los productos que caducan, es decir, que no son vendidos en cierto tiempo. Concediendo (pues queremos ser optimistas) que así suceda, todavía falta corregir una falla que pone en duda la ejecución de todas estas precauciones que se encuentran (o deben estar) codificadas y supervisadas por organismos públicos federales y locales en este municipio y su ciudad capital: muchos lugares de venta, especialmente los más pequeños, son a la vez bodega y exhibidor; en ellos el ambiente se encuentra tan viciado por la mezcla de venenos, que tanto compradores como inspectores (y por supuesto los mismos vendedores) se encuentran arriesgando continuamente su salud.
La naturaleza residual de muchos productos agrícolas e industriales que se utilizan al interior de las ciudades, los pueblos o sus cercanías, tiene consecuencias que incluso cuando son indirectas no igual de graves. Basta tener presente la alta incidencia de enfermedades degenerativas, crónicas y cancerígenas que afectan a la niñez y adultos maduros en casi todos los valles agrícolas de México para considerar con cuidado el uso y destino de las sustancias tóxicas que se aplican a los cultivos que sirven de alimento al ganado o a los seres humanos en el municipio de La Paz y el resto del estado.
La existencia de un depósito seguro que administre estas sustancias peligrosas será una carga singular para el dinero público, pero los beneficios serán muy grandes en el mediano y largo plazo, especialmente si se agrega a su instalación un programa permanente de divulgación sobre los efectos nocivos de los químicos agrícolas e industriales de uso cotidiano, de las precauciones para su uso y de las alternativas para su extinción.
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